miércoles, 24 de septiembre de 2014
La casa cuando llueve.
La consciencia se adormece en el fárrago de cosas que fluyen en la tarde.
Tarde lluviosa con gotas rítmicas sobre el techo. Se escuchan voces de mujeres que tejen la trama de la casa, que la mantienen viva, que la respiran y huelen a distintas horas del día. Los que la habitan se pierden imaginando posibles vidas al ritmo de la lluvia. Una ráfaga fría, una mengua en la luz. Se acerca la noche. En la casa algunos continúan durmiendo el sueño. Otros, los más felices, se encarnan en el otro gimiéndose gemidos que llaman a otros gemidos y sudor de perfumes y el cielo abierto, profundo, delicioso y alcanzado. La lluvia continúa, meticulosa, medida. Los moradores escuchan. Los que no son felices encuentran consuelo en el abrigo del lecho, creyendo que afuera sería peor; que lo malo está afuera, porque afuera está el viento, el frío, el trueno. La catedral aún húmeda, luce de piedra rosada, terrosa. El sol aparece antes de irse con un último fogonazo. Alguien pone a Bob Dylan. La canción pregunta como se siente al estar sola sin dirección a casa... like a rolling stone. La armónica vaquera se hermana con un sikus que llega desde algún lugar, vibrando el aire de un reino ya perdido para siempre.
Cusco. Alguna tarde de septiembre de 2014. Llueve
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