Estando frente al espejo, dije
amenazadoramente:
Quiero ver como soy en el espejo con los ojos
Cerrados.
Richter
Estoy boca
arriba, mirando cómo las partículas de polvo pululan dentro de los haces
de luz que las rendijas de la persianas filtran dentro del cuarto en penumbra.
No hay forma que nada suceda en ningún momento.
A pesar de estar atrapado
en la cama, recordando, con la voluntad maniatada y el pavor mezclado con la
sangre, nada hace el favor de detenerse. Ni el planeta que gira sobre su eje,
metido en el universo que se hincha, lleno de lunas y planetas que resbalan
sobre rieles invisibles, orbitando, ni el sonido cargado de bocinas, sirenas y
voces del barrio que llegan desde la calle que a esta hora del medio día
ablanda su alquitrán, convirtiéndose en una vena negra donde se cuecen las
culebras, las ratas y los insectos de la ciudad que nunca duermen, veloces de
patas, de alas, de anillos viscosos que se revuelven.El sentimiento de una
tragedia próxima, nunca acabada de llegar, me anida en el pecho, como una
lechuza negra que se infla y desinfla.
Boca arriba, miro las siluetas de los
muebles, deteniéndome en algún destello ocasional sobre cualquier objeto, a la
manera del ciervo paralizado que intuye correr, pero que también
sabe, desde el caldo de sus células, que quedara ahí por siempre, atrapado en
la luz. Si sólo pudiera levantarme. Si pudiera detener el pensamiento, como un
Buda satisfecho de nada, no sería el testigo de las imágenes
irrumpiendo desde el magma de la memoria, arrancadas por el azar de una mente
aboveda donde mora mi otro, que me quiere así, con los ojos para adentro, mirando
otra vez aquella mañana diáfana, sintiendo el frescor temprano del rocío
veraniego sobre el pasto del parque.
Vestido de pantalones cortos blancos, soy
un niño en vacaciones, feliz por adelantado.Camino por la vereda de la
plaza. Todavía no puedo saber que esta será la mañana prototípica, la de
más bella luz. La hierba está sembrada de brillos, los ruidos están
recién salidos de las cosas, el día nuevo del mundo promete lo indefinido, un
indefinido que sabe bien, porque aún el dolor es algo concreto que se siente en
el cuerpo y en la piel raspada.
Durante aquella mañana, aún, ignoraba cómo los
metales, resignando su dureza, tomaban formas acabadas. Tampoco sabía de las
ondas, ni de la electricidad, ni del vuelo de los aviones. El mundo, mi barrio,
era un lugar en gran parte ignoto, en el que habitaba, como un extranjero
recién llegado. Transitaba con extrañeza y algunas pocas preguntas,
respondidas, pero insondables. Casi nada sabía, pero algo sí. Sin
todas las palabras, más bien con el molde vacío, con la huella, con el
fantasma de las letras, abriéndose paso a borbotones en la ajustada conciencia.
Era una mañana única, pero yo presentía un rincón de tiniebla, embrollada en la
claridad y un corazón agujereado en medio de la fiesta, del que manó aquella sangre
color ciruela, vertida sobre la vereda, entreverada entre hojas de eucalipto y
del periódico del día, oliendo a flores, a miel, y zumbada por los insectos del
calor.
Yo intuía que el horror andaba por ahí. De vez en cuando, oía pasar
caballos negros sobre el adoquinado, sacudiendo sus penachos de luto,
enmudeciendo a la gente, callando las risas, santiguando a algunos, dejándome a
mí a solas con la cosa en el fondo de un pozo a oscuras. Pero en aquella
clara mañana sucedió algo más. Apoyado sobre el umbral de la casa, esperaba un
hombre. Uno distinto a cuantos hasta entonces hubiese conocido. Tuve la
sensación de que estaba tallado. Me miró sin curiosidad y sin
la condescendencia a la que estaba habituado. Años después recordé su mirada,
luego de entrar en el espacio visual de un tigre de Bengala. Pero hubo una
diferencia. Para el animal saciado yo era una cosa más del entorno. Para el
hombre tallado que portaba una placa y un revolver plateado, de empuñadura
blanca, enganchado y mecido como una hamaca desde uno de sus dedos, yo era
alguien, durante el mudo reconocimiento. Cuando le abrieron la puerta, entró.
Yo tuve la impresión que no voltearía para verme. Y así fue. Otra vez.
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